¿ Don Quijote, masón ?

 


¿Era Don Quijote masón sin saberlo? Una mirada simbólica a Cervantes desde la masonería

Muchos hermanos han leído Don Quijote de la Mancha alguna vez, probablemente obligados en la escuela, tal vez sin sospechar que esa “locura” de hidalgo encerraba más sabiduría de la que aparenta. Pero si volvemos a mirar con ojo simbólico y espíritu libre —como debe hacerlo un masón—, algo interesante surge: ¿y si Don Quijote no está tan lejos del ideal masónico? ¿Y si, de algún modo, Cervantes nos dejó una enseñanza iniciática disfrazada de novela?

Vamos por partes.

Un loco... o un iniciado

A primera vista, Don Quijote parece un desquiciado: confunde molinos con gigantes, ve castillos donde hay ventas, se inventa enemigos y vive en un mundo que nadie más ve. Pero ¿qué pasa si lo leemos al revés? ¿Y si no está loco, sino que ve una realidad más profunda, más simbólica, que los demás no entienden?

¿Acaso no nos llaman también “soñadores” o “idealistas” por creer en la justicia, la fraternidad y la verdad en un mundo dominado por la codicia y la mentira?

Don Quijote no está ciego; simplemente no se rinde al cinismo. Como buen buscador, se aferra a un ideal: no por ignorancia, sino por convicción. Eso, en esencia, es actitud masónica.

El camino del iniciado

Podemos ver su historia como un viaje iniciático. El Quijote deja el mundo profano (su aldea) y se lanza a la aventura. Se somete a pruebas, cae, aprende, se transforma. Y al final, cuando regresa, ya no es el mismo. Ha alcanzado una especie de iluminación... aunque el mundo siga sin comprenderlo.

¿No suena familiar?

En logia también salimos del “mundo exterior”, pasamos por grados, simbolismos, silencios y luces. Se nos pide que cuestionemos lo evidente y vayamos más allá. Y si lo hacemos de verdad, tampoco salimos igual.

Sancho y Quijote: cuerpo y alma

Sancho representa el sentido común, lo material, lo terrestre. Quijote, lo ideal, lo espiritual, lo trascendente. ¿Y qué hace Cervantes? Los une. No hay uno sin el otro. El cuerpo necesita al alma y el alma necesita al cuerpo.

Este equilibrio entre razón y fe, entre práctica y teoría, entre tierra y cielo… es también el equilibrio que buscamos en la masonería.

Un rebelde en tiempos oscuros

En lo político, Cervantes no era ningún tonto. Criticó la hipocresía del poder, la decadencia del imperio, el servilismo y la ignorancia, pero lo hizo con ironía, disfrazado de novela. No podía ser frontal; la Inquisición no perdonaba.

Eso también suena conocido: durante siglos, los masones debimos hablar con símbolos, ocultar ideas tras alegorías y defender la libertad desde la discreción. En eso, Don Quijote y la masonería compartieron trinchera: la de la inteligencia crítica disfrazada de locura.

La locura de creer en algo mejor

Al final, Don Quijote muere cuerdo. Renuncia a sus fantasías y acepta la “realidad”. ¿Derrota? Tal vez. O tal vez Cervantes nos deja una advertencia: que no dejemos que el mundo nos apague la llama. Que no dejemos de ver gigantes donde otros solo ven molinos. Que la locura —la nuestra— es necesaria para cambiar el mundo.

Porque si ser cuerdos significa aceptar la injusticia, la mediocridad y el egoísmo como normales… entonces, hermano, prefiero que nos sigan llamando locos.

¿Entonces, era masón?

Históricamente, no. Pero simbólicamente... Don Quijote fue uno de los nuestros. Un hermano adelantado a su tiempo. Un profano que vivió como iniciado, sin rito ni mandil, pero con coraje, valores y luz.

Y eso, a veces, vale más que cualquier grado.

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