"Del Tic-Tac al Tabernáculo".
Hermano, siéntate, relaja el compás y guarda el escuadra, que hoy vamos a hablar de esa gran estafa universal: el tiempo. Sí, esa métrica traicionera que nos vendieron envuelta en relojes de bolsillo y relojes atómicos, como si contar segundos fuera lo mismo que vivir. Pero no te confundas, no estoy hablando del ritmo natural de las estaciones o del pulso del corazón —me refiero a ese tiempo artificial, lineal y tiránico, inventado para que un obrero sepa cuándo fichar, cuándo almorzar y cuándo morirse.
¿Quién inventó el tiempo?
La pregunta no es quién, sino por qué diablos lo aceptamos. El tiempo no fue descubierto, fue impuesto. Nació cuando el ser humano decidió dejar de mirar el Sol con reverencia y empezó a verlo como un reloj de arena cósmico. Desde entonces, los sacerdotes se volvieron astrónomos, los reyes se hicieron relojeros, y nosotros, humildes aprendices del misterio, quedamos encadenados al minutero.
El tiempo como herramienta de control
Aquí entra la masonería, y ojo: no como cómplice, sino como testigo lúcido. Porque si algo hemos aprendido en el Taller es que el tiempo es un instrumento más de la gran arquitectura de la ilusión. El calendario, el reloj, el deadline... son herramientas para medir productividad, obediencia y decadencia. No libertad. El tiempo como lo usamos hoy no libera, encarcela.
Los antiguos sabían mejor. No hablaban de horas sino de kairos, ese instante perfecto en el que el alma se alinea con el cosmos. Pero claro, eso no vende, no cotiza en bolsa, no se factura. Así que lo cambiamos por un sistema decimal de segundos que puede ser auditado por una computadora o por un supervisor con corbata.
La masonería y el tiempo simbólico
Ahora bien, en nuestros rituales no usamos el tiempo cronológico, usamos el tiempo simbólico, el eterno presente del Templo. Cuando se abre el trabajo, no importa si son las 8 AM o la hora del vermú, lo que importa es que el Oriente está iluminado. Trabajamos "de mediodía a medianoche", que no es una jornada laboral, es una metáfora: trabajamos en nosotros mismos mientras haya luz interior.
Y sí, en el grado 33 uno ya ha pasado por todos los relojes del alma. Ya entendiste que el pasado es archivo y el futuro, especulación. Solo el presente es herramienta del Iniciado. Todo lo demás es superstición de oficinista.
Connotaciones filosóficas y espirituales
El tiempo es, en el fondo, la negación del Ser. Porque todo lo que es, es ahora. El que espera para ser feliz, para amar o para hacer el bien, ya se ha perdido en el laberinto profano del calendario. Por eso tantas tradiciones espirituales (y sí, la masonería incluida) insisten en el "aquí y ahora", en la conciencia despierta, en el momento como portal hacia lo eterno.
Los profanos viven en el tiempo. Los Iniciados, en la eternidad disfrazada de instante.
Así que, ¿qué hacemos con el tiempo?
Nos lo comemos. Lo desarmamos. Lo volvemos símbolo. Dejamos de preguntarnos “¿qué hora es?” y empezamos a preguntarnos “¿qué es este ahora?”. Porque mientras los demás corren tras la jubilación o el viernes por la noche, nosotros trabajamos en la única obra que no caduca: el Templo interior.
Así que la próxima vez que alguien te pregunte por el tiempo, míralo con compasión, con ternura, y dile:
“El tiempo… ah, hermano… el tiempo es solo una de las muchas mentiras que tallamos con miedo en la piedra de lo eterno.”
Y luego, sigue labrando.
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