El desafío de despertar en una sociedad dormida
“Pan y circo” —panem et circenses, decían los romanos. Una fórmula tan antigua como efectiva: darle al pueblo alimento y entretenimiento para mantenerlo tranquilo, distraído… y bajo control. Lo que en el Imperio Romano servía para evitar revueltas sociales, hoy se ha perfeccionado en formas más sutiles: consumo masivo, noticias desechables, redes sociales que premian lo superficial y castigan la reflexión, y una cultura que celebra la ignorancia mientras ridiculiza el pensamiento crítico.
Desde una perspectiva masónica, filosófica y social, esta estrategia plantea un problema ético de fondo: ¿cómo aspiramos al perfeccionamiento del ser humano en una sociedad diseñada para adormecer su conciencia?
El nuevo pan y el nuevo circo
En la actualidad, el "pan" ya no es sólo el alimento físico, sino también el acceso a bienes de consumo que mantienen a las masas ocupadas en el deseo constante. El “circo” es la saturación de entretenimiento: programas vacíos, escándalos mediáticos, contenido viral, influencers sin sustancia y una cultura digital que alimenta el ego pero no el alma.
Se nos mantiene ocupados, pero no comprometidos. Alimentados, pero no nutridos. Entretenidos, pero no cultivados.
El rol del masón en esta realidad
Desde el punto de vista masónico, este estado de cosas representa una desviación peligrosa de los principios fundamentales de libertad, conciencia y responsabilidad individual. La masonería enseña a trabajar la piedra bruta, a descubrir la luz interior, a pensar por uno mismo. Pero, ¿cómo hacerlo cuando todo a nuestro alrededor está diseñado para evitar que pensemos demasiado?
El verdadero trabajo del masón, entonces, no es sólo interno, sino también social. Debe convertirse en un faro, en un despertador incómodo en medio del letargo colectivo. No se trata de arrogancia moral, sino de asumir una responsabilidad ética: no ser cómplice de una cultura que premia el conformismo.
Consecuencias de vivir dormidos
Estar sumergidos en la lógica del “pan y circo” tiene efectos devastadores. Desde el punto de vista filosófico, empobrece el espíritu. Desde el social, debilita el tejido comunitario y cede el control a quienes manejan los hilos del entretenimiento y el consumo. Desde lo cultural, produce generaciones incapaces de pensar críticamente o de construir una identidad sólida más allá del espectáculo.
Cuando el circo se convierte en norma, el ciudadano se convierte en espectador pasivo. Y un pueblo que sólo mira, pero no actúa, está condenado a repetir los errores que otros le dictan.
¿Y ahora qué?
El desafío está en revertir la fórmula. No se trata de negar el placer ni el gozo (la masonería no es una doctrina ascética), sino de integrarlos con conciencia. Pan, sí, pero con contenido. Circo, también, pero que eleve, que eduque, que despierte.
El masón —como hombre o mujer libre, pensante y comprometido— debe ser un agente de equilibrio: llevar la reflexión a la mesa del pan y la belleza a la pista del circo. Cultivar el pensamiento donde reina la distracción, y la virtud donde predomina el espectáculo.
Porque si el “pan y circo” es el adormecimiento, entonces la masonería debe ser el despertar.
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