Pinocho, el aprendiz de carne y madera

 

Una lectura masónica del muñeco que quiso ser hombre

¿Pinocho y la masonería? Suena extraño, ¿no? Pero detente un momento: ¿no va también nuestra Orden de transformar la piedra bruta en piedra cúbica? ¿No pasamos de la oscuridad a la luz, de la ignorancia a la conciencia, de lo pasivo a lo activo?

Pues eso mismo le pasa a ese pequeño muñeco de madera. Solo que su templo no es una logia, sino el taller de Geppetto... y su iniciación es una serie de errores, pruebas y aprendizajes que lo transforman en un ser humano verdadero.

Vamos a mirar a Pinocho, no como el dibujo animado de Disney, sino como lo que realmente es: una alegoría iniciática disfrazada de cuento infantil. Y una crítica bastante aguda al sistema, a la moral impuesta y a la obediencia sin conciencia.

Pinocho y la filosofía del autoconocimiento

El viaje de Pinocho es el viaje del alma ignorante que busca la verdad. Nace inconsciente, impulsivo, mintiendo, escapando de la responsabilidad. Pero a lo largo de la historia, va comprendiendo lo que significa ser libre, lo que cuesta la verdad, y lo que implica tener voluntad propia.

¿Y no es eso, precisamente, lo que nos enseña la filosofía masónica? Que ser “humano” no es cuestión de biología, sino de conciencia. Pinocho comienza siendo una "forma" sin esencia. Poco a poco, a través de caídas, decepciones y crecimiento, va labrando su identidad.

Y sí, también nosotros llegamos como muñecos a la logia: inmaduros, buscando algo, sin saber del todo qué. Pero el trabajo interior, el rito, la reflexión, nos van dando forma.

El viaje espiritual: del profano al iniciado

Pinocho es creado por Geppetto (¿el Gran Arquitecto?), pero todavía no es “real”. Le falta la chispa, el alma, la libertad interior. Tiene que ganársela.

Y en ese camino tropieza con los mismos enemigos que nosotros:

  • El zorro y el gato: símbolos del engaño, de los falsos guías, de las tentaciones del ego.

  • El País de los Juguetes: la ilusión del placer sin trabajo, del hedonismo fácil, que lo convierte literalmente en bestia (burro).

  • El vientre de la ballena: un descenso simbólico al inframundo, como Jonás, como cualquier iniciado que debe enfrentarse a la oscuridad antes de volver a la luz.

Pinocho muere simbólicamente dentro de la ballena, y resucita con otro espíritu. Ya no es el mismo. Ahora tiene conciencia. Se ha ganado su humanidad. Es decir, ha despertado.

Esoterismo puro, aunque te lo contaron como un cuento

La marioneta que cobra vida es una metáfora alquímica: de la materia (madera) al espíritu (ser humano). Transmutación. Igual que el trabajo del masón: transformar lo burdo en elevado.

El Hada Azul (¿Sophia? ¿la Gnosis? ¿la Verdad?) es quien lo guía. No lo salva mágicamente: lo acompaña en el proceso. Como toda sabiduría verdadera, no impone, no castiga, no premia sin mérito. Le recuerda que tiene que trabajarse a sí mismo.

Y el mentir, ese pecado central de Pinocho, no se castiga con fuego eterno, sino con algo más simbólico: la nariz le crece, es decir, la mentira se hace visible. No se puede ocultar la falsedad interior. El trabajo masónico exige sinceridad radical con uno mismo.

Crítica político-social: el hombre-masa y la obediencia ciega

Pinocho no solo es un cuento moral, también es una crítica social. Nos advierte contra la educación domesticadora, que forma autómatas sin alma. Contra los sistemas que premian la obediencia ciega y castigan el pensamiento libre.

En el País de los Juguetes, los niños que huyen del esfuerzo son convertidos en burros de carga. ¿Y no es eso lo que hace la sociedad con quienes prefieren el consumo a la conciencia, el confort a la libertad?

En otras palabras: si no piensas por ti mismo, te conviertes en animal de trabajo para otros. ¿Cuántos adultos viven así hoy, convencidos de ser libres cuando solo repiten lo que les dijeron que tenían que hacer?

Pinocho no obedece por miedo ni por castigo. Solo madura cuando comprende por sí mismo. Solo entonces elige ser bueno. Y eso, hermano, es más valioso que mil reglas externas.

Todos somos Pinocho

Como masones, como buscadores, todos empezamos como Pinocho. Queremos ser “reales”, conscientes, plenos. Pero para lograrlo, hay que atravesar el camino del error, de la mentira, del desencanto. Solo quien cae puede levantarse con fuerza.

La enseñanza está clara: no basta con ser “hecho” por el Gran Arquitecto, hay que hacerse a uno mismo. Trabajarse. Pulirse. Ganarse la humanidad.

Por eso, la próxima vez que veas a Pinocho, no lo mires como un simple cuento infantil. Míralo como un espejo. Un símbolo. Un retrato de lo que significa ser iniciado, ser libre… y ser humano.

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